Caminando por la carretera de Camariñas a Muxía, la luz estalla hacia el sol iluminando el horizonte de agua de ría. Sin embargo, cuando alc...
Caminando por la carretera de Camariñas a Muxía, la luz estalla hacia el sol iluminando el horizonte de agua de ría. Sin embargo, cuando alcanzas la embocadura desde el espacio de a Nosa Señora, es luz de ola la que ilumina el entorno en el que, un grandioso Cabo Vilano se enfrenta a las rocas del lugar mágico que conocemos como A Barca. Es esta una muy apetecible excursión para un fin de semana cualquiera de un verano como este, tranquilo. Partimos.
Descubrí Cabo Vilano, del que Manolo Rivas dice que sería el refugio ideal para Hamlet, cuando aún era muy joven. Sus historias me las contó por primera vez Gustavo Ramudo. Aquel día me dijo que bajara la voz al hablar, porque…
—- Puedes despertar a los monstruos que habitan en las “furnas”, en las que duermen mil doncellas encantadas.
Cabo Vilano es un gran ejemplo de vida y de muerte. La vida es el percebe que se aferra a la roca. La muerte son las mil doncellas que representan los mil náufragos de esta costa del diablo.
El diablo es “O Demo”, el hombre de la barca negra que te tiende la mano si te caes al agua… pero no para salvarte, si no para llevarte al Averno.
Desde el mar verás la luz del Faro… y la negra oscuridad “que conduce el barco a las piedras”. La vida y la muerte.
El entorno de Cabo Vilano es la gran referencia ecológica de Camariñas, villa marinera no exenta de legendarias historias, a la que hay que ir a propósito. Los navegantes ingleses y franceses encontraron siempre refugio amable en su puerto desde hace siglos y ahora, el turismo que hasta aquí llega, se queda impresionado por la belleza de todo lo que aquí existe y subsiste a pesar de la distancia, hoy menor gracias a las buenas carreteras.
Aunque lo más especial de Camariñas es su gente. Los aquí nacidos tienen algunos dones para ciertas prácticas que solo ellos explican bien y que los que no somos de allí… nunca entenderemos; como tampoco comprendemos bien su exquisito pero particular lenguaje.
Así que, tras contemplar desde el Cabo Vilano como las olas teñían de blanco las rocas de A Barca hemos de procurar el espacio de Ría que se abre a la ternura del paisaje en calma. Ya entre Camariñas y el lugar conocido como a Ponte do Porto adviertes como el mar va dejando de pronunciar sus palabras de sal para beberse al río que llaman Grande. La fusión de estas aguas es la que da origen a los espacios perfectos que se alcanzan lo mismo desde tierra que navegando, aunque desde el centro de la ría vemos mejor como las dos villas se posan en el agua, Camariñas a la derecha y Muxía enfrente.
En las ribeiras de esta ría hay momentos perfectos para disfrutar del verano, puesto que el sol nunca quema y solo nos encontraremos con nuestra propia soledad.
Los pinos junto a la playa, conservan su verde aguja en contraste con la arena blanca, perfecta en los lugares más sorprendentes. La Playa del Lago es la más emblemática y un lugar fulgurante por su brillo especial. Pero hay más. Pasear hoy por Aríño o Area es dejar atrás multitudes sobre la arena.
La calma es la clave.
Muxía es villa marinera, percebeira y mariscadora. Aquí viven gentes dedicadas a la pesca y al marisqueo. Hombres y mujeres que obtienen del mar su principal riqueza. Contemplar cómo parten del puerto los pequeños barcos del cerco y de bajura es uno de los grandes placeres que te ofrecen gratis.
Luego, yo te aconsejo que hasta A Barca vayas a pié, después de perderte por las estrechas rúas y admirar la sencillez de las casas del pincho, los hogares bien conservados de la gente con piel de salitre.
Algo tenemos en común por aquí con el Mar del Caribe… Nuestro Atlántico reconvierte en borrascas los huracanes y algunas dejan temporales de agua y viento que azotan acantilados y ensenadas con olas de hasta diez metros. La Costa da Morte es la primera en recibir los embates del océano. El mar y el viento son los escultores de la roca prodigiosa que surge de una sucesión de acantilados elevados, «furnas», coidos y playas casi salvajes. Te darás cuenta de ello cuando llegues al entorno de A Barca y escuches por primera vez el lenguaje de las mareas.
Aún hay más: el mar de Muxía escribe un bello relato sobre las rocas que contienen su furia y otro más sereno en el paisaje de playa de Nemiña y de las pequeñas calas de esta costa a la que las olas limpian su rostro. Porque existe otro Camino con mayúscula. La senda que hemos de seguir a pie si queremos conocer a fondo uno de los paisajes de catálogo de Galicia. Parte de aquí, de la Punta de A Barca, de la escultura “A Ferida” que nos devuelve a la memoria la marea negra provocada por el Prestige.
Otro día, si te parece, nos colgamos la mochila para caminar desde aquí al Fin de la Tierra.
Xerardo Rodríguez