La primera vez que me asomé a esa ventana por la que el mundo quiere ver su mundo fue para presentar una actuación del entonces cantautor Bi...
La primera vez que me asomé a esa ventana por la que el mundo quiere ver su mundo fue para presentar una actuación del entonces cantautor Bibiano Morón, que era un buen comunista, miembro de los Ceibes y amigo personal de un servidor. Fue en el programa “Aplauso” de Hugo Stuven, que presentaba Uribarri, la revista musical de los setenta-ochenta. Aquello me sirvió para asombrarme de aquel Prado del Rey en cuya cafetería podías ver a un franciscano ligando con una monja, lo que no dejaba de ser curioso.
Entonces TVE era la mejor y la única televisión de España y en aquellos estudios lo mismo se grababa la vida de Santa Teresa que “Noches del Sábado” con las primeras bailarinas de Giorgio Aresu, ya ligeritas de ropa, animándote a la juerga.
Fue ese el día que vi de cerca al que para mí era uno de los mejores presentadores de noticias de la época. Un tío guapísimo para mi hermana y excelente contador de la actualidad para mi sabio padre. Me refiero a Lalo Azcona.
Un buen día, sin embargo, desapareció de pantalla y nunca más supe de él hasta hace poco, cuando me enteré de que había dejado la televisión tiempo ha para dedicarse a los negocios. Le debió de ir muy bien a Azcona en el mundo de la empresa, porque llegó a presidir Tecnocom a la que Indra lanzó una OPA que hizo un poco más ricos a los accionistas de la tecnológica.
Lalo Azcona, aquel buen periodista tan guapo, dejó de ser presidente, pero se llevó a cambio 57 millones de euros, que esa sí que es una buena jubilación y no la mía, que no llega ni a ser cutre. Claro que yo cumplí con mi vocación, eso sí. Es decir, he llegado a pobre vocacional como tantos y tantos periodistas de este país que asisten, perplejos, al espectáculo de la política actual.
Solo un apunte sobre lo que está pasando. Yo diría que la España de las Autonomías está sobredimensionada. Es decir, no corresponde a sus necesidades el número de instituciones que la gobierna ni la nómina de políticos profesionales que las dirigen. Ese sí es un grave problema de Estado, por mucho que se empeñen algunos en echarle la culpa al batiburrillo de siglas de partidos que juegan esta democrática liga. Como diría Joan Tardá con la monarquía parlamentaria todo es una exageración…
XERARDO RODRÍGUEZ